jueves, 2 de julio de 2009

La paciencia Franciscana...


Con este texto, que se asocia inevitablemente a la Admonición siguiente (La Pobreza de Espíritu), Francisco retrata la "Paciencia Franciscana", aquella que constituye un preciado don para quien la ejercita.


Las virtudes, en efecto, lo son justamente porque fundamentan y posibilitan la actitud o forma de vida del cristiano, en cuanto transformador de la realidad en la cual radica. Las virtudes son el reflejo de la acción de Dios en el alma fiel, y se manifiestan a veces en la vida cotidiana, cual reflejo del sol en un cristal, y otras veces en la prueba, en aquellos momentos en que se demuestra si el cristiano vive (y no sólo piensa) de acuerdo al Evangelio.


Es muy fácil ser paciente cuando nada nos molesta, preocupa ni inquieta; es muy fácil ser amable cuando la gente nos cae bien; es muy fácil querer a los que nos quieren; es muy fácil ser generoso con quien sabemos nos corresponderá. Son estas realidades que Jesús expone. Pero eso no es virtud, o al menos no podemos estar seguros de que lo sea, puesto que todo nos es conforme, las cosas van a nuestra manera, "a nuestro rollo" y, por ende, no nos turbamos.


Pero cuando hay que ser paciente, amable o comprensivo con el que tenemos al lado, es entonces cuando se ve claramente si vivimos o no espiritualmente. Cuando nuestra forma de ser humana y, de ella, la más propensa al pecado o al no ir según los Planes de Dios es alterada, increpada, llamada... entonces sabremos si nuestro "yo" está cerca de Dios, si hemos adoptado - en mayor o menor medida - los sentimientos y la forma de Vida de Cristo.


Porque la Paciencia es saber que nadie, y primero yo, es perfecto; saber que todos necesitamos tiempo y comprensión; saber y esperar en Dios que las cosas no tienen por qué ir a nuestro modo; saber aguardar el momento en que Dios nos mostrará su Bondad y su Rostro; asumir con Paz que todo lo que ocurre y no depende de nosotros, viene, de alguna manera, de Dios, de su Providencia.


Y señala muy bien Francisco que no sabemos la medida de cómo somos hasta que nos ponen a prueba, y nuestra respuesta certifica si somos o no "espirituales", y nos muestra en qué parte del camino estamos. Por eso, lo que tiene el pecado de triste y disgregador, lo tiene también de muestrario de cómo somos y cómo deberíamos ser. Por tanto, es una luz, una oportunidad de cambio.