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sábado, 10 de septiembre de 2011

Un lirio y una azucena...


En un invierno epocal
como el mundo no había visto,
floreció el jardín de Cristo
con aire primaveral.

Un lirio y una azucena
que son la luz de sus ojos
se consagran como esposos
del que bendice su tierra.

Junto al árbol de la vida,
de la cruz de la victoria,
un nuevo edén en la historia
florece con alegría.

Del costado del Cordero
por Amor crucificado
nace un pueblo renovado
que está a los pies de un madero.

Se llaman Francisco y Clara
y son dos almas selectas
que recuperan las metas
que la humanidad buscaba.

Como arquetipos vitales
de frescura y savia nueva
brotan en su primavera
los anhelos primordiales.

Esos suspiros profundos
contenidos en el pecho,
los sueños insatisfechos
de salvación para el mundo.

Clara y Francisco nos muestran
cómo en las crisis profundas
la gracia de Dios abunda
y los que buscan la encuentran.

Las crisis nos purifican
en el crisol de la vida
cuando lo esencial se olvida
y el alma en vano se agita.

Son momentos especiales
para reencontrar el rumbo
y buscar en lo profundo
los divinos manantiales.

Para sacar agua fresca
del aljibe de la vida,
del pozo en el que, escondida,
un agua viva refresca.

En el invierno del hombre,
Dios es calor que ilumina,
es luz del que peregrina
y la voz que le responde.

Clara y Francisco nos muestran
el mundo en el que encontrarlo,
nos enseñan a adorarlo
y a su casa nos acercan

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv



domingo, 28 de noviembre de 2010

Clara...


Clara
Tan clara como aquella melodía
que cantaba Francisco entre amapolas,
clara como la espuma de las olas
o como arena blanca a mediodía.

Como el cielo en que se aleja la tormenta
y enciende el color de una sonrisa,
como el perfume de un prado que en la brisa
va más allá de los valles que lo encierran.

El perfume de los lirios ya se eleva
en una azucena blanca en primavera,
es el aroma fecundo que recrea
la inocencia original que perdió Eva.

Muy pronto el jardín fecundó en flores
y se cubrió el valle de azucenas,
la savia de Dios llena sus venas
y el aroma del Amor sus corazones.

Fue el silencio el secreto de sus almas,
la mirada sostenida en Su presencia,
Jesús el centro de su complacencia
y contemplar su belleza su esperanza.

Recuperar la pureza del Amor primero,
la labor incesante de sus vidas,
el Amor puro la esencia de sus días,
la Trinidad el centro de su credo.

Como incienso que enciende la memoria
del cielo en que se quema como ofrenda,
así se queman sus horas en la tierra
para volverse alabanza de su gloria.

Y es por eso que anuncian la victoria
del Amor sobre el odio y la violencia,
cuando colocan en Dios toda su ciencia
su alabanza se hace centro de la historia.

Como suspiros al caer la tarde
suben al cielo los salmos de sus bocas,
el corazón se va con ellos y reposa
en el seno del Dios que ya lo invade.

Y así transcurren sus noches y sus días
en la vigilia que espera la mañana,
en que la aurora se levante soberana
para darle al Sol su primacía.

En el jardín de Francisco una azucena,
delicada, clara y femenina,
transparente como el agua cristalina,
encarnó su ilusión en tierra buena.

Y la plantita sembrada con sus manos
se transformó en un árbol de delicias
que ofrecen cada día las primicias
que al altar de la plegaria llevan los
hermanos.

Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv