Francisco vive bajo una profunda tensión interior, esforzándose por dar a los suyos un ejemplo coherente de vida cristiana; en varias oportunidades los compañeros mencionaron su voluntad de ser “modelo y ejemplo” para los frailes, llegando incluso a mostrarse –y no pocas veces- abiertamente duro consigo mismo. En ese sentido, es ejemplar el relato de un hecho ocurrido en la Porziuncola, ocasionado por el accionar indudablemente imprudente de fray Giacomo el Simple. Es, quizás, el episodio más hermoso, y el más intensamente dramático entre todos aquellos incluidos en la Compilación de Asís, y uno de los más bellos en sí de todas las fuentes hagiográficas sobre San Francisco. Fray Giacomo el Simple había llevado a la Porziuncola a un leproso desfigurado por las úlceras. El propio Francisco le había recomendado esos enfermos; Giacomo, de hecho, asistía a los más golpeados y les curaba las llagas. En aquellos tiempos “los frailes permanecían en los leprosorios”.
Francisco ahora se dirige a él en tono de reproche, diciéndole que no habría debido llevar allí a “los hermanos cristianos” (así llamaba él a los leprosos), porque no era conveniente ni para él ni para ellos. De hecho, no quería, por obvios motivos de seguridad, que fray Giacomo hiciera salir del hospital a los que estaban más cubiertos de llagas. Pero no había terminado de hablar cuando, de pronto, se arrepintió de lo que acaba de decir y fue a confesar su culpa a Pedro Cattani, sobretodo porque tenía miedo de que, con sus reproches a Fray Giacomo, hubiera avergonzado al leproso. Le pide a fray Pedro que no lo contradiga, y que le asigne la penitencia que él mismo se habría indicado, que fue “comer del mismo plato con el hermano cristiano”. Entonces no se usaban cubiertos, y varias personas metían las manos en el mismo plato: se colocó, por lo tanto, un plato hondo entre los dos. El leproso, narran los testimonios, “era él mismo toda una llaga; sobre todo los dedos con los que tomaba la comida estaban contraídos y sanguinolentos, así que cada vez que los sumergía en el plato se colaba dentro la sangre”. Al ver esto, fray Pedro y los otros frailes “se entristecieron mucho, pero no se atrevían a decir nada por temor al padre santo”. Tiene razón Raoul Manselli cuando observa que aquello de lo que se avergüenza Francisco no es de haber reprochado a fray Giacomo el Simple sino de “haber dado al leproso la sensación de ser menos que un hombre”. Esto solo podía superarse devolviéndole de nuevo su dignidad humana, vale decir “colocándose en un mismo plano, de la única manera posible en aquella circunstancia: comiendo juntos”. Paradojal si se quiere, ¡pero evangélico! Vendrá muy bien recordar esto cuando se nos acercan en los semáforos personas que piden, a las que, a menudo, les damos unos centavos sin siquiera mirarlos a la cara y sin hacer nada para esconder el fastidio que no provocan...
(http://www.sanfrancescopatronoditalia.it)
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