En el bosque de las hayas puras
por un sendero de otoño enrojecido,
camina Francisco, el corazón herido
en su nostalgia de Dios hecha locura.
Locura de un Amor que se ha encendido
en el fuego del Espíritu donado
en el calvario por un Dios crucificado
que en su mirada de Amor lo dejó ungido.
Ungido con el óleo que consagra,
con el perfume de la santidad participada,
con la unción de los profetas derramada
en el corazón abierto que la encarna.
En el bosque de las hayas puras
camina Francisco agradecido,
su cuerpo por el ayuno consumido,
su corazón anclado en la Escritura.
En su boca sus salmos preferidos,
en sus oídos la música del cielo,
en sus ojos el brillo del consuelo,
del paraíso, por Cristo, prometido.
En el sendero su pensamiento sumergido
en la pasión que en la cruz se hizo locura,
en el Amor de Jesús y su ternura,
en las llagas de su cuerpo envilecido.
El espíritu de Francisco está absorbido
en la Pascua que es centro de la historia,
en la cena que encarna su memoria,
en el corazón de Aquel que lo ha elegido.
Su oración se hace clamor, pasión y ofrenda,
contemplación del gólgota escondido
en el sol que se oculta enrojecido
en el sepulcro al que la noche lo encomienda.
Y en la tarde, como un sol ensangrentado
sangra Francisco su Amor y su locura,
florecen en su cuerpo las llagas que aseguran
que su camino está, con Él, crucificado.
Un serafín de Amor apasionado
lo bendice y se enciende su figura
y se incendian las estrellas y la luna
en la hoguera del Señor resucitado.
por un sendero de otoño enrojecido,
camina Francisco, el corazón herido
en su nostalgia de Dios hecha locura.
Locura de un Amor que se ha encendido
en el fuego del Espíritu donado
en el calvario por un Dios crucificado
que en su mirada de Amor lo dejó ungido.
Ungido con el óleo que consagra,
con el perfume de la santidad participada,
con la unción de los profetas derramada
en el corazón abierto que la encarna.
En el bosque de las hayas puras
camina Francisco agradecido,
su cuerpo por el ayuno consumido,
su corazón anclado en la Escritura.
En su boca sus salmos preferidos,
en sus oídos la música del cielo,
en sus ojos el brillo del consuelo,
del paraíso, por Cristo, prometido.
En el sendero su pensamiento sumergido
en la pasión que en la cruz se hizo locura,
en el Amor de Jesús y su ternura,
en las llagas de su cuerpo envilecido.
El espíritu de Francisco está absorbido
en la Pascua que es centro de la historia,
en la cena que encarna su memoria,
en el corazón de Aquel que lo ha elegido.
Su oración se hace clamor, pasión y ofrenda,
contemplación del gólgota escondido
en el sol que se oculta enrojecido
en el sepulcro al que la noche lo encomienda.
Y en la tarde, como un sol ensangrentado
sangra Francisco su Amor y su locura,
florecen en su cuerpo las llagas que aseguran
que su camino está, con Él, crucificado.
Un serafín de Amor apasionado
lo bendice y se enciende su figura
y se incendian las estrellas y la luna
en la hoguera del Señor resucitado.
Autor: Fray Alejandro R Ferreirós OFMConv
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