¿Qué viste en tu Dios, Francisco,
que quedaste cautivado?
¿Fue su pecho ensangrentado,
su corona hecha de espinos
o fueron sus pies clavados
en una cruz sin sentido?
¿Fueron sus manos bañadas
en la sangre del Dios vivo
o la herida en su costado
como una fuente de vino
que emborrachó tu mirada
y te pusiste a seguirlo?
¿Fue acaso aquella mirada
que te penetraba el alma,
esos ojos que horadaban
tus secretos y tus ansias
o el manantial cristalino
de la paz que regalaba?
¿Fue su corazón doliente
que lloraba sangre y agua
o las heridas ardientes
que su cuerpo te mostraba
y revelaban patentes
el Amor con que te amaba?
O fue su Palabra hiriente
más filosa que una espada,
la que se clavó en tu alma
cuando ante el Cristo rezabas
y te dijo: ¡Reconstruye!
porque está en ruinas mi casa.
- No sé si son sus espinas,
sus pisadas o sus llagas.
Si es su Palabra encendida
o el fuego de su mirada,
si es su corazón ardiente
o el Amor con qué me ama.
Yo sólo sé que soy suyo,
que Él es mi rey y me ama,
que es Señor de los señores
y yo su siervo que clama
vivir sólo por su gloria
y sirviendo su Palabra.
Soy mensajero de un Reino
y el Amor es mi proclama;
heraldo de un Cristo vivo
que resucitó mi alma
y en la cruz nos ha entregado
el Espíritu de gracia.
Y sé que el Señor, en gloria,
volverá como ha partido,
que al mundo lo ha redimido
en la cruz de la victoria,
que su Pascua es mi destino
y el sentido de la historia.
que quedaste cautivado?
¿Fue su pecho ensangrentado,
su corona hecha de espinos
o fueron sus pies clavados
en una cruz sin sentido?
¿Fueron sus manos bañadas
en la sangre del Dios vivo
o la herida en su costado
como una fuente de vino
que emborrachó tu mirada
y te pusiste a seguirlo?
¿Fue acaso aquella mirada
que te penetraba el alma,
esos ojos que horadaban
tus secretos y tus ansias
o el manantial cristalino
de la paz que regalaba?
¿Fue su corazón doliente
que lloraba sangre y agua
o las heridas ardientes
que su cuerpo te mostraba
y revelaban patentes
el Amor con que te amaba?
O fue su Palabra hiriente
más filosa que una espada,
la que se clavó en tu alma
cuando ante el Cristo rezabas
y te dijo: ¡Reconstruye!
porque está en ruinas mi casa.
- No sé si son sus espinas,
sus pisadas o sus llagas.
Si es su Palabra encendida
o el fuego de su mirada,
si es su corazón ardiente
o el Amor con qué me ama.
Yo sólo sé que soy suyo,
que Él es mi rey y me ama,
que es Señor de los señores
y yo su siervo que clama
vivir sólo por su gloria
y sirviendo su Palabra.
Soy mensajero de un Reino
y el Amor es mi proclama;
heraldo de un Cristo vivo
que resucitó mi alma
y en la cruz nos ha entregado
el Espíritu de gracia.
Y sé que el Señor, en gloria,
volverá como ha partido,
que al mundo lo ha redimido
en la cruz de la victoria,
que su Pascua es mi destino
y el sentido de la historia.
Autor: Fray Alejandro R. Ferreirós OFMConv
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