miércoles, 31 de agosto de 2011

Un pobre que canta

 

¿Cuál es el resorte oculto que impulsa a Francisco a la empresa evangélica? ¿Qué es lo que le da esta libertad, esta agilidad, y, para decirlo toda alegría? El que pretende volver al Evangelio sólo puede ser un panfletario que denuncia y desacredita a la Iglesia "establecida", en nombre de la pureza redescubierta, o bien la del poeta que celebra una experiencia de admiración. Esto segundo es lo que hizo Francisco. La gracia que el Señor le dio no fue haber redescubierto el Evangelio de la pobreza -otros lo hicieron en su época- sino el haberlo redescubierto al mismo tiempo que el cántico y la acción de gracias. Francisco es un pobre que canta.

Si leemos sus biografías primitivas nos admira la importancia que tiene el canto en la vida de Francisco. Apenas abandona el tribunal del obispo, en el cual acaba de romper con su padre, emprende un nuevo camino cantando las alabanzas del Señor. "De la abundancia del corazón -escribe Celano, su primer biógrafo- hablaba la boca, y la fuente de amor iluminado, que llenaba todas sus entrañas, bullendo saltaba fuera... Estando de viaje, cantaba a Jesús o meditaba en Él, muchas veces olvidaba que estaba de camino y se ponía a invitar a todas las criaturas a alabar a Jesús" (Celano, Primera Vida, 115).

La pobreza evangélica de Francisco no es solamente un desasimiento ascético. A ejemplo de la pobreza de Cristo que se propone imitar, su pobreza es un modo de comunión con los más humildes y los más pobres. Es una experiencia de comunión con la humanidad herida, de la que el leproso fue para Francisco el símbolo viviente. Sin duda que esta experiencia le aportó un gozo puro y profundo. Francisco escribe en su Testamento que, al regreso de sus visitas a la leprosería, en tiempo de su conversión, experimentó una felicidad indecible: "... y al separarme de los leprosos, aquello que me parecía amargo, se me tornó en dulzura del alma y del cuerpo".


 

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