Cae la tarde lentamente
mientras las sombras se alargan.
Francisco sabe que llega
la muerte, su dulce hermana.
Mantiene enhiesto el espíritu
aunque la carne está flaca.
Sus miembros se tornan fríos
mientras el alma se abrasa.
Todos sus hijos, en torno,
le dicen su amor con lágrimas,
y queda el rebaño triste
porque su pastor se marcha.
Francisco, que mira al cielo,
flácida y suave levanta
una mano que bendice
dispensadora de gracias.
Que el error y la lujuria
no mancillen vuestra casa.
Sola la virtud anide
en los cuerpos y en las almas.
Y luego voló su espíritu
como una paloma blanca
que en el cielo ha puesto el nido
colgando en divina rama.
Al Padre, al Hijo, al Espíritu
ascienda nuestra alabanza.
Gloria y honor al Dios Trino
por los siglos que no acaban.
Amén.
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