jueves, 23 de diciembre de 2010

La Navidad según san Francisco de Asís


Sucedió en Rivotorto, en el año 1209. El 25 de diciembre de ese año cayó en viernes y los hermanos, en su ignorancia, se preguntaban si había que ayunar o no. Entonces fray Morico, uno de los primeros compañeros, se lo planteó a San Francisco y obtuvo esta respuesta: "Pecas llamando 'día de Venus' (eso significa la palabra viernes) al día en que nos ha nacido el Niño. Ese día hasta las paredes deberían comer carne; y, si no pueden, habría que untarlas por fuera con ella".

La devoción de San Francisco por la fiesta de la Natividad de Cristo le venía, pues, ya desde los comienzos de su conversión, y era tan grande que solía decir: "Si pudiera hablar con el emperador Federico II, le suplicaría que firmase un decreto obligando a todas las autoridades de las ciudades y a los señores de los castillos y villas a hacer que en Navidad todos sus súbditos echaran trigo y otras semillas por los caminos, para que, en un día tan especial, todas las aves tuvieran algo que comer. Y también pediría, por respeto al Hijo de Dios, reclinado por su Madre en un pesebre, entre la mula y el buey, que se obligaran esa noche a dar abundante pienso a nuestros hermanos bueyes y asnos. Por último, rogaría que todos los pobres fuesen saciados por los ricos esa noche".

Su devoción era mayor que por las demás fiestas pues decía que, si bien la salvación la realizó el Señor en otras solemnidades –Semana Santa/Pascua–, ésta ya empezó con su nacimiento.

fuente: fraterfrancesco

viernes, 17 de diciembre de 2010


Consideremos, queridos hermanos, nuestra vocación, a la cual nos ha llamado el Señor por su misericordia, no tanto para nuestra salvación, cuanto por la salvación de muchos otros, a fin de que vayamos por el mundo exhortando a los hombres más con el ejemplo que con las palabras, para moverlos a hacer penitencia de sus pecados y para que recuerden los mandamientos de Dios". (Tres Compañeros, 36)

miércoles, 8 de diciembre de 2010

San Francisco, modelo y ejemplo


Francisco vive bajo una profunda tensión interior, esforzándose por dar a los suyos un ejemplo coherente de vida cristiana; en varias oportunidades los compañeros mencionaron su voluntad de ser “modelo y ejemplo” para los frailes, llegando incluso a mostrarse –y no pocas veces- abiertamente duro consigo mismo. En ese sentido, es ejemplar el relato de un hecho ocurrido en la Porziuncola, ocasionado por el accionar indudablemente imprudente de fray Giacomo el Simple. Es, quizás, el episodio más hermoso, y el más intensamente dramático entre todos aquellos incluidos en la Compilación de Asís, y uno de los más bellos en sí de todas las fuentes hagiográficas sobre San Francisco. Fray Giacomo el Simple había llevado a la Porziuncola a un leproso desfigurado por las úlceras. El propio Francisco le había recomendado esos enfermos; Giacomo, de hecho, asistía a los más golpeados y les curaba las llagas. En aquellos tiempos “los frailes permanecían en los leprosorios”.


Francisco ahora se dirige a él en tono de reproche, diciéndole que no habría debido llevar allí a “los hermanos cristianos” (así llamaba él a los leprosos), porque no era conveniente ni para él ni para ellos. De hecho, no quería, por obvios motivos de seguridad, que fray Giacomo hiciera salir del hospital a los que estaban más cubiertos de llagas. Pero no había terminado de hablar cuando, de pronto, se arrepintió de lo que acaba de decir y fue a confesar su culpa a Pedro Cattani, sobretodo porque tenía miedo de que, con sus reproches a Fray Giacomo, hubiera avergonzado al leproso. Le pide a fray Pedro que no lo contradiga, y que le asigne la penitencia que él mismo se habría indicado, que fue “comer del mismo plato con el hermano cristiano”. Entonces no se usaban cubiertos, y varias personas metían las manos en el mismo plato: se colocó, por lo tanto, un plato hondo entre los dos. El leproso, narran los testimonios, “era él mismo toda una llaga; sobre todo los dedos con los que tomaba la comida estaban contraídos y sanguinolentos, así que cada vez que los sumergía en el plato se colaba dentro la sangre”. Al ver esto, fray Pedro y los otros frailes “se entristecieron mucho, pero no se atrevían a decir nada por temor al padre santo”. Tiene razón Raoul Manselli cuando observa que aquello de lo que se avergüenza Francisco no es de haber reprochado a fray Giacomo el Simple sino de “haber dado al leproso la sensación de ser menos que un hombre”. Esto solo podía superarse devolviéndole de nuevo su dignidad humana, vale decir “colocándose en un mismo plano, de la única manera posible en aquella circunstancia: comiendo juntos”. Paradojal si se quiere, ¡pero evangélico! Vendrá muy bien recordar esto cuando se nos acercan en los semáforos personas que piden, a las que, a menudo, les damos unos centavos sin siquiera mirarlos a la cara y sin hacer nada para esconder el fastidio que no provocan...


(http://www.sanfrancescopatronoditalia.it)