sábado, 29 de enero de 2011

Cuando la alabanza desborda


Parte 3


A menudo se ha presentado a San Francisco como el poeta de la creación, alguien que, con una sensibilidad completamente nueva y muy moderna para su época, supo expresar el asombro ante la creación. Pero para comprender a san Francisco no basta con fijarse en este aspecto. El dinamismo más profundo de su alabanza está en otra parte . San Francisco nos lo descubre cuando nos dice que es "por El mismo" por lo que alabamos a Dios. Le damos gracias, no solo por lo que nos da, y esto ya sobrepasa infinitamente todo lo que podamos imaginar, sino que le damos gracias "por lo que El es", porque hemos sido alcanzados por El. Hay una gratuidad en la alabanza que hace que subsista aun en medio de las más duras pruebas.


Algo también nuevo en san Francisco es la ternura tan personal con la que se expresa en su alabanza a Dios. Toda su relación con Dios está llena de una dulzura infinita. Pero aquí tampoco hay que ser unilateral. Es evidente que san Francisco se inspiró también en la oración de la Iglesia y tomó el lenguaje de la liturgia. Y no hay que olvidar el sentido que tenía de la inconmensurable altura y grandeza de Dios "Sepamos adorar , alabar y bendecir, ensalzar y dar gracias al Altísimo y soberano Dios Eterno, Padre, Hijo y Espíritu Santo... El que es sin principio ni fin, inmutable, invisible, inenarrable, inefable, incomprensible, impenetrable, bendito, digno de alabanza, glorioso, Sublime, altísimo, amable, y deseable más que todas las cosas por los siglos de los siglos "

Si san Francisco exhortaba a la alabanza sin embargo nunca la forzaba. Sabía que nuestra alabanza es siempre inadecuada e insuficiente. Por ello le pide a Dios: "Que Nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo muy amado, en quien te complaces, te de gracias El mismo en nombre de todos, con el Espíritu Santo Paráclito, como te place y como le place..." Nosotros no podemos alabar bien. La verdadera alabanza está en Dios . Es el asombro de la Comunión del Padre y el Hijo en el Espíritu. Pedimos a Dios que nos conceda, en Cristo, tener parte en ello. Solo El puede "crear" la alabanza en nuestros labios, "hacerla brotar" en nuestros corazones, como dice Isaías. Nosotros solo podemos recibirla, dejarnos abrir a ella.

¿Hay que llegar tan lejos en el sentido de la gratuidad, de la pobreza ante Dios? ¿Acaso no estamos hechos para alabar, no es ese el sentido de cada vida? Ciertamente que sí. Pero esta fuente que existe en nosotros debe verterse continuamente en Dios para renovarse siempre en El, entonces, desborda...

Frère François- Taize (Paz y Bien. org)

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