sábado, 26 de noviembre de 2011

La vida de san Francisco demuestra que la alabanza puede adueñarse verdaderamente de un hombre y liberar en él una nueva creatividad. En lugar de preocuparse por el mal y encogerse, el hombre se entrega al Unico que ha triunfado, que no es más que Bien y que lo es infinitamente. Entonces todo se ensancha y los gestos inéditos y liberadores se hacen posibles. Comunión y reconciliación ya no son una tarea sobrehumana sino que ambas se celebran en su misma Fuente. Y ahí, en esa Fuente, adquieren una mirada nueva, una frescura nueva...

Además, la pobreza de san Francisco, esa pobreza que era su lenguaje para establecer una comunión, no se comprende bien más que en relación con la alabanza. Es desde luego asombroso que su pobreza no tuviera nunca nada de estrecha o legalista. Nunca le llevó a excluir a otros hombres, ni siquiera a juzgarlos. Por muy extrema que fuera, su pobreza siempre estaba llena de Aquel de quien celebraba su inagotable bondad. Por muy rigurosa que pudiera parecer, en realidad estaba completamente llena de dulzura por lo que Dios era para El.

Frère François- Taize (Paz y Bien.org)


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